lunes, 13 de abril de 2009

Me resulta difícil decirle adiós a la niña que alguna vez se perdió de mi camino.


Ojala las palabras no fueran necesarias para describir lo que siento y lo que he sentido durante todos estos años. Ojala se borraran de mi mente los recuerdos y las imágenes de una infancia que nunca podré olvidar.
Se me desgarra el corazón cada vez que trato de dar un paso adelante y dejar todo atrás.
Esa niña que se perdió de mi vida a los cinco años, me recuerda una y otra vez lo triste que fui y que soy hasta ahora.
Seria más fácil olvidarla y dejarla en el pasado, no arrepentirme a cada instante de darle la espalda, de esconderla, de decirle una y otra vez que lo siento.
Esa niña necesita de mis fuerzas para poder salir adelante, esa niña perdió su fe y su sufrimiento me ha alcanzado durante toda mi vida.
Aquella niña de tan solo 5 años aprendió a caminar por el dolor mucho antes de saber lo que era el amor, aprendió a luchar antes de saber comprender. Esa niña soy yo a mis 31 años, con los mismos miedos, el mismo dolor y con un corazón en llagas por no saber vivir y no saber gritar que su vida le duele y que se siente mal, muy mal.
Me arrepiento de la vergüenza que he sentido tantos años hacia esa niña, esa niña que no supo gritar, que no pudo gritar mientras la lastimaba un ser despreciable, mientras la tocaba humillándola, y la obligaba a hacer cosas indeseables. Los pensamientos que se me cruzan son tantos que no los logro describir y plasmar en esta página.
El camino de la vergüenza ha sido duro, vergüenza a mi cuerpo, vergüenza ante mis amigas, ante mi familia, ante mis parejas, vergüenza de las que te paralizan y te dejan en un rincón sin poder gritar que no es tu culpa lo que te ha pasado.
Recuerdo las noches que me pasaba pensando y tratando de entender lo que me estaba sucediendo, sintiéndome tan sola, tan desamparada, tan humillada, tan poca cosa para los demás y tan poca cosa para mi misma.
Me conformaba con leer un libro, me aislaba en los recreos de la escuela, me sentaba sola, y por sobre todo, me sentía sola.
La timidez se apoderaba de mí ante alguien que se acercara para charlar un poco, me transformaba en hostil y arisca si alguien solo intentaba tocarme. Me dolía tanto que me tocaran… siempre pensaba que estaba mal que me acariciaran, hasta ahora me sonrojo y lo evito aunque se que es una demostración de cariño y afecto de alguien que me quiere ver bien.
No puedo recordar con detalles lo que me ha pasado, solo tengo imágenes sueltas que debo armar en mi cabeza, y quisiera que dejaran de avanzar una vez mas a mi memoria.
Hay olores, sabores, voces, miradas que me hacen volver a mi niña y me colocan en la misma situación de miedo paralizante en la que me encontraba a los cinco años.
Se que mi niña algún día va a perdonarme por ser tan cobarde, por dejarla atrapada en el pasado tanto tiempo y no darle la oportunidad de ser feliz, de sonreír y de jugar en su propia infancia.

2 comentarios:

  1. No le digas Adios llevala contigo donde tu vayas..de verdad estarà feliz de verte feliz y luchando por la niña que dañaron...no le digas ADIOS crece con ella y sean felices que la vida es muy corta...UN BESO AMIGA

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  2. Te entiendo desde lo más profundo del alma y me gustaría tener la valentía que tu has tenido para poder sacarlo fuera y recuperar tu vida con ello...a mí me comió el alma, sobrellevarlo no ha sido fácil por que aún después de treinta y cinco años, aún recuerdo a aquella pequeña niña feliz e inocente que fue abusada durante años con la complicidad de quien más amaba.

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